Pep Pinya, Una cuestión de estilo y liturgia

Una cuestión de Estilo y liturgia. Una entrevista con Pep Pinya 

El galerista Pep Pinya nos recibe arropado por los artistas más importantes de los cincuenta. A su derecha, en un esquina, los trazos granates de Tapies. A la izquierda un Miró dedicado por el maestro. En el centro un Saura. Y todo bajo la atenta mirada de Warhol que charla distendidamente con Beuys. En las estanterías catálogos, anuarios y un libro de Levis-Straus. Más libros y estanterías. Parece la guarida de un hombre con la firme resolución de hacer algo. Ese hombre es el galerista Pep Pinya, con casi cinco décadas de pasión y trabajo dentro del mundo del arte.

Desde la atalaya que es la experiencia. ¿Ve usted el mundo del arte muy cambiado?

Veo un cambió brutal entre mis inicios y la actualidad. Empecé en un mundo donde no había nada, todo estaba por hacer. A día de hoy veo un cambio muy profundo. Hay una oferta cultural enorme. Cuando abrí mi primer espacio no existían los comisarios ni los gestores. Era un campo virgen.

Y en el mundo del coleccionismo, ¿se notaron los cambios?

Sí. Antes se formaba una relación de confianza entre el galerista y el coleccionista o el “amante del arte”. Tú les mostrabas a tus artistas y la apuesta que hacías por ellos. Ahora todo está mercantilizado. Te estoy hablando de un momento donde ni los artistas ni los galeristas eran estrellas. Eran gente mucho más normal.

Otro actor del mundo del arte es el mercado. ¿También fueron importantes los cambios en este sector?

Sí, claro. Ahora todo es mucho más complejo. La crisis puso a la gente en su sitio. Los artistas están más conectados a nivel internacional pese a que bajo mi punto de vista hay muchas cosas que sobran.

¿Cómo comenzó su interés por el arte?

Siempre fui un amante del arte, antes incluso de llevar la galería. Fui a clase de dibujo con Pere Quetglas “Xam” y Erwin Hubert, que fue el acuarelista del Archiduc y uno de los mejores que hemos tenido en la isla. También estudié música. Mi padre era el segundo violinista de la sinfónica. Creo que puedo afirmar que mi vida está marcada por lo cultural.

¿Y cómo se trasformo esa afición en una profesión; el galerismo?

Entre en el mundo del arte de la mano de Miró. Fui recomendado por él al MOMA y a su galería de París para ver los espacios. Creo que a los galeristas que conocí les gustaba mi inocencia y mi frescura. Por aquel entonces no se miraba tanto la venta. Siempre me gusta decir que soy un galerista accidental, pero creo que con el tiempo logré dar un estilo propio. Le puse a mi trabajo cierto sentido de la elegancia y de la liturgia. Para mi es algo importante en todos los aspectos de la vida.

En estos años como gestor de Pelaires, ¿cuál es su mayor satisfacción?

Todas las exposiciones me han aportado alegrías e ilusión. No tiene nada que ver con el perfil del artista. Un joven talento y un maestro te pueden dar vida por igual

¿Una exposición especialmente memorable?

Las veo todas como hijos, algunas con más dificultades y otras con menos. Si tuviera que destacar sólo una probablemente sería con la que se inauguró el Centro Cultural Pelaires en 1990. Elegí a Miró como punto de partida y lo combiné con la frescura de otros 8 artistas.

¿Tiene algún artista favorito?

Cada uno tiene una personalidad diferente y una manera de ser diferente.

¿Su motor como galerista se basaba en el sentido, el olfato?

Me muevo siempre por olfato. Considero que  lo maravilloso es que nunca llegas a aprender del todo. Cada exposición es un salto al vacío y cada artista es una aventura. Tener mucha información nos puede condicionar. Tener demasiada información puede llegar a ser tóxico.

¿Qué le parece, en líneas generales, el panorama del arte actual?

Considero que en el concierto del arte contemporáneo hay mucha gente que desafina terriblemente. En este terreno veo muchas diferencias respecto a cuando comencé. Entonces había pocos nombres, como 8 o 9 pero hoy a lo mejor hay 5.000 galerías, pero todos eran de una solvencia incuestionable. Creo que existe una necesidad de exponer obras, al haber tantos espacios expositivos, aunque sean malas. Entre tanta oferta necesariamente tiene que haber algo bueno.  Hoy se utiliza la cultura para dar marca a las ciudades. El Guggenheim hace franquicias. Se han dado cuenta de que un museo puede cambiar la fisonomía de una ciudad. Es, por ejemplo, lo que pasó en Bilbao.

Volviendo a Palma, parece que los intereses del sector no están unificados. Tenemos dos asociaciones de galeristas. ¿Eso a qué se debe?¿No tendría más sentido tener sólo una?

Cuando uno va en busca de la excelencia es difícil coincidir. Nosotros somos creadores de opinión. Debemos de tener presente la excelencia en nuestros espacios por encima de todo.

Pero al margen de esa búsqueda de la excelencia, parece que los espacios públicos tienen una fuerte contestación a su gestión. Es Baluard y el Palau Solleric han sido criticados por diferentes motivos. ¿Qué opina usted?

Salvo honrosas excepciones los espacios públicos ofertan un tipo de arte muy parecido al de las galerías. Las instituciones tendrían que trabajar con estándares de calidad muy altos. Para innovar y apoyar a los artistas jóvenes ya estamos nosotros. Los museos que muestren obras incontestables y de una calidad reconocida.

¿Dónde queda el Manual de Buenas Prácticas Artísticas, consensuado por todo el sector?

Mire usted; un privado puede desafinar, pero en una institución pública no se lo puede permitir. Debe de trabajar de manera muy     profesional y con estándares más altos de calidad.

Un manera de que el artistas mallorquines tenga presencia más allá de la isla es que las galerías  acudan a ferias internacionales.

¿Qué le parecen las políticas públicas dentro del mundo artístico?

Nuestro peso cultural en el mundo del contemporáneo es mínimo. Desde dentro es imposible salir. Nuestros mejores artistas siempre han tenido una visibilidad que les dio el exterior, jamás desde dentro de nuestras propias fronteras. Hasta hace poco, por ejemplo, no había un museo Picasso en Málaga.

Me gustaría preguntarle sobre la gestión de Federico Pinya, su hijo, al frente de la galería. 

El relevo comenzó cuando el se vino a trabajar a Pelaires, después de sus estudios en Oxford y de formarse en la casa de subastas Christies. En ese momento es cuando comienza a desarrollar su tarea. Me gusta ver como realiza su trabajo. Él tiene su propia personalidad y su manera de trabajar.

¿Le pide consejo?

Si claro, al igual que yo le pido consejo muchas veces. Cada uno tiene su manera de trabajar.

Ahora mismo tenéis una apuesta muy contemporánea con la exposición de Roland fischer.

He sido un mero espectador de la misma, pero creo que Federico hizo un buen trabajo. Cada uno pone un poco de su gusto y de su saber hacer en las exposiciones que prepara.

Y ahora ya por último, me gustaría que nos diera un consejo sobre el estilo. 

Creo que es parte de nuestro trabajo. Tenemos una parte social y lúdica que no podemos olvidar. Como dije anteriormente el sentido del estilo es importante y cada uno tiene el suyo. Es la marca distintiva de la casa.

Por Marcos Augusto / Imagen Gori Vicens

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