LEÓN XIV O CÓMO NOS METIERON AL PAPA EN EL SALÓN SIN PEDIR PERMISO

No sé ustedes, pero yo no voté al Papa. Tampoco lo pidió nadie por encargo, ni lo colaron como «trending topic» por aclamación popular. Y sin embargo, ahí está: León XIV, el nuevo CEO del cielo. A Trump lo eligieron en las urnas. A Putin, también, aunque con miedo. A Sánchez, con más marketing que política. Pero al Papa, ni referéndum ni encuestas. Nos lo colaron por la chimenea del Vaticano y de repente estaba en todos los salones, en todos los titulares, ocupando más pantalla que una final de Champions y con más aplausos que una gala de OT.

León XIV: nombre de emperador, cara de monaguillo global. El nuevo Influencer del alma, una especie de Siri espiritual con sotana blanca, omnipresente, inmaculado, perfectamente empaquetado para la generación que llora con reels de cachorros y reza con filtros de Instagram. ¿Quién lo pidió? Nadie. ¿Quién lo paró? Tampoco.

Desde que salió el humo blanco, este León domesticado es trending topic litúrgico. Es el fichaje estrella del nuevo reality teológico que nadie pidió ver. Lo presentan como el salvador, el tuitero de la paz, el influencer de los pobres. Y los medios, claro, arrodillados. En España, país que presume de Estado aconfesional pero que al primer “urbi et orbi” se pone a cantar aleluyas en prime time, todos lo tratan como si fuera Mick Jagger y la paloma santa a la vez. Ni siquiera Rosalía con su flamenco digital tuvo una campaña mediática tan masiva. Incluso El Marca insinuó que sería un gran refuerzo para el Barça espiritual.

¿Y qué dice el susodicho para merecer tanto incienso mediático? Nada nuevo. Lo de siempre, pero con diseño limpio y voz templada. Paz. Pobres. Tierra. Migrantes. TikTok como canal divino. Sermones de emoji. Una religión del like. Se viste de blanco, pero no mancha. Habla para no incomodar. Un papa hecho para Netflix. Una santidad en streaming.

Y hasta periodistas normalmente lúcidos caen en la trampa. Claro, ellos, como reza la canción de Astrud, “hay un hombre en España que lo sabe todo”, escriben casi de todo. Algunos con fe verdadera, otros con marketing. Bárbara Celis, por ejemplo, esa periodista de CrónicasBárbaras, que como su nombre indica, suele mirar desde Roma con distancia crítica, esta vez «tifaba» por León XIV como si hubiera salido de un desfile papal en la Piazza Navona con capa de Gucci. Su artículo parece escrito desde el confesionario VIP de San Pedro. Bellísimo, sí. Pero cuando incluso las voces escépticas aplauden, el periodismo se convierte en liturgia. Y eso da más miedo que un sermón con autotune. Es como ver a Carlos del Amor recitar un poema sobre halterofilia en TVE. Porque cuando el humo blanco aparece, hasta los escépticos se ponen de rodillas con teclado.

Pero esto no es solo en España. En EE.UU., donde dicen que la religión no pinta tanto, ya imprimen su cara en cupcakes, velas de olor y fundas de iPhone. León XIV es un fenómeno de masas. Un papa de Brooklyn, de Iowa e incluso de Texas, bendecido por el algoritmo. Parece más una producción de Pixar con consultoría de Apple que un sucesor de Pedro. Y sin embargo ahí está: estampado hasta en los Cronuts de Dominique Ansel en la gran manzana.

Y todo esto para un fenómeno que, en términos globales, no es tan mayoritario como parece. Según el Annuarium Statisticum Ecclesiae, el catolicismo representa apenas el 18% de la población mundial, con unos 1.400 millones de fieles. Es decir: mucho menos que la mitad del planeta, pero suficiente para dominar el relato.

¿Es culpa suya? No del todo. Es culpa de un país -y de unos medios- que aún confunde fe con obediencia, incienso con información, carisma con verdad. Aquí se canoniza antes al predicador que al disidente. Se adora la pose. Si encima el tipo sale bien en fotos, ya es influencer del alma. León XIV ya no es solo jefe del Vaticano. Es celebrity moral, es avatar piadoso, es trending topic sin oposición.

Pero ojo. Cuando todos los focos alumbran la misma cara, la sombra se hace más espesa. Que cada cual rece lo que quiera -o no rece nunca-, pero que no nos vendan fe disfrazada de noticia. No todo lo que brilla es santidad. Y no todo lo que calla es inocencia.

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