MICRÓFONOS Y PASAPORTES


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Barbara Celis

La artista cubana Tania Bruguera fue arrestada en La Habana durante las pasadas navidades un día antes de que pudiera realizar una performance que iba a consistir en poner un micrófono en la Plaza de la Revolución e invitar a los cubanos a opinar durante un minuto sobre el futuro de Cuba. A Tania la conocí hace años en Nueva York, cuando comenzaba a trabajar en su proyecto Movimiento Migrante Internacional. Se trata de un trabajo valiente y complejo, concebido para el largo plazo y dirigido a crear conciencia entre el tejido de inmigrantes que pueblan la Gran Manzana de su condición de inmigrantes y de la necesidad de que ellos mismos tomen partido política y socialmente para cambiar las condiciones miserables en las que a menudo se ven abocados a vivir. Tania podría haber escogido una vía fácil, la que toman muchos artistas en Nueva York, la de la búsqueda de la fama a través del dinero y el glamour que suele acompañar la carrera de quienes optan por crear sin molestar. Pero escogió la vía del compromiso político, y no precisamente el más obvio, el que denuncia los males de su país de origen, algo que siempre es aplaudido en Estados Unidos, sino el de la crítica a esa sociedad globalizada de la que precisamente Estados Unidos es el mejor (y el peor) ejemplo.

De vuelta a su isla, quiso dar voz a los cubanos, algo mucho más valiente que hablar sobre sus penurias en el extranjero. Tania pasó en comisaría 24 horas y después fue liberada, aunque le confiscaron su pasaporte. Por supuesto la noticia dio la vuelta al mundo, como suele ocurrir con todo lo que sale de Cuba, esa pequeña isla cuya enorme carga simbólica ya no se corresponde con su realidad geopolítica. Pero cualquier cosa que allí ocurra, y más ahora que parece que el penúltimo muro ‘rojo’ está apunto de abrirse, encuentra altavoces en la prensa mundial.

Sin embargo, ¿cuántos pasaportes son requisados a diario en Arabia Saudí, Emiratos Árabes o en Qatar, donde la mano de obra extranjera firma con sus documentos contratos de trabajo de los que no se les permite escapar? Inmigrantes del sur de Asia construyen con sus manos, entre otras cosas, templos occidentales donde en un futuro cercano se darán cita precisamente el arte y el glamour al que Tania Bruguera prefirió renunciar. En Abu Dhabi, donde se han invertido 27.000 millones de dólares para construir la llamada Isla de la felicidad (Saadiyat Island) van tomando forma el museo Guggenheim y el Louvre gracias a la explotación salvaje de miles de trabajadores del Sur de Asia a los que se les requisan sus pasaportes hasta que no terminan sus leoninos contratos, que incluyen vivir hacinados como ratas en construcciones no aptas para la vida. Muchas ONG’s lo han denunciado pero ninguna ha tenido el eco que tuvo el arresto de Tania Bruguera.

Y aún así, el gesto de esta artista, que quiso abrir un micrófono en su isla, resulta más que significativo en un mundo donde las palabras del ciudadano han dejado de importar. En Cuba, cuyos dirigentes aún tratan de agarrarse a un clavo ardiendo y oxidado para defender su lugar en la historia, aún pesan. Pero en el llamado mundo libre, en el que occidente incluye dictaduras como la de Arabia Saudí porque le interesa su petróleo, hace años que las palabras se las lleva el viento.

Durante décadas el Speaker’s Corner de Londres fue una de las principales atracciones de una ciudad que desde esa esquina exigió el derecho al voto o el derecho a la palabra. Pero hoy ese lugar es una rémora del pasado que el gobierno británico ha conseguido ir extinguiendo hasta convertirla en un triste y pequeño cuadrilátero rodeado de vallas dónde ya nadie acude a escuchar y pocos quieren hablar. Es como si las palabras, en países de aparente libertad, hubieran perdido su significado y por lo tanto su poder, aunque Internet esté poblado de Speaker’s corners.

En España no nos han quitado los pasaportes ni las palabras. Nos robaron el pensamiento con televisores de plasma, coches caros, tarjetas de crédito y todo lo que el boom del ladrillo nos ayudó a acumular. Una vez sumergidos en la crisis, hemos aprendido que los políticos dicen demasiadas palabras que no son ciertas. Es el momento de que nosotros recuperemos nuestra capacidad de hablar. Es año de elecciones. Y hay nuevos políticos cuyo discurso se está construyendo ofreciéndole los micrófonos al ciudadano. Hablemos y escuchemos para que esta frase de Paul Valery deje de ser cierta: “La política fue en principio el arte de impedir a la gente meterse en lo que le importaba. En una época posterior se le agregó el arte de comprometer a la gente a decidir sobre lo que no entiende”.

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