Maranges, el silencio es lo más importante

Jordi Maranges es un hacedor de exquisiteces. Artífice, junto a Marc Melià, de «El piano ardiendo», a lo mejor lo recuerdas de la añorada banda de finales de los noventa «El Diablo en el Ojo». Tocó en festivales y salas de todo el país, incluyendo un doblete en Benicàssim. Ahora presenta un nuevo EP en solitario, «El cazador», un decálogo sobre las relaciones humanas incapaz de eludir el pesimismo.

 

¿Qué coincidencias y diferencias encontraremos con el estilo de El diablo en el ojo?

Creo que la principal diferencia es que con Maranges hay un discurso más personal. Cuando trabajas en equipo eres permeable a las influencias. Estoy pensando por ejemplo en «Nit», el primer disco de «El diablo..». Se presentó como un trabajo deudor de un sonido anglosajón, al que impregnamos un cierto lujo decadente. «El cazador», mi último EP, tiene una filiación más mediterránea pero pasando por un tamiz indie-rock. No está marcado por la anglofilia imperante. En «El diablo» componíamos entre todos, sobre todo Michael Mesquida y yo. Uno de los retos más importantes a la hora de iniciar una carrera en solitario es cuidar las dos partes; la musical y a la vez la composición de las letras.

 

¿Las letras de «El diablo…» eran tuyas?

Sí, eran mías. Aunque pueda resultar muy pretencioso y salvando las diferencias, me gustaba la pose o el estilo de Jarvis Cocker o Nick Cave. Influencias que formaron parte de mi educación sentimental y que ya superé.

 

¿Cómo suena «El cazador»?

Suena contenido, en el buen sentido de la palabra. Lo que aprendí a lo largo de estos años es que la idea del «menos es más» está cargada de razón. No soy tan barroco y eso puede resultar paradójico, ya que esa ausencia de barroquismo muchas veces es lo que te hace sentir inseguro. Creo que lo importante en mi trabajo es lo que no se dice, como en la literatura o en el cine. En la música pasa igual, el silencio es lo más importante. Eso tiene una traducción en un uso más inteligente de los elementos. Continúo jugando con la psicodelia, los pedales y otras cosas. En la canción donde se hace más patente es en «Tierno verano de la anarquía». Intenté seguir los preceptos de John Cage. Él era un anarquista en el sentido teórico y una de sus apuestas era la de no seguir la narrativa en lo musical. La intención era alejarse del patrón de la música convencional, que está basado en Aristóteles. Lo que hace Cage es evitar un centro de atención y eso linkea con la idea de horizontalidad, contrapuesto a la verticalidad de lo masculino. Me interesaba que no hubiera un estribillo como leitmotiv.

 

Cualquier persona que se aproxime a tu música se dará cuenta de que está llena de referencias a lo literario, ¿qué influencia tiene en tu trabajo?

La literatura siempre me acompañó como fuente de inspiración. En lo personal me sirve como consuelo o incluso como confidente. Además, está presente en la música desde el momento que escribes letras. Bajo mi punto de vista son el tramo más difícil, ya que para escribir bien es muy importante tener cierto bagaje literario.

 

¿Qué le falta al sector para profesionalizarse?

Pedagogía de lo musical, sin duda. Creo que es importante darse cuenta de que lo que estamos aportando tiene una función social. Formamos parte de la cultura de este país y de esta isla. Sin embargo nos encontramos en un sector que está desestructurado y no profesionalizado. Basta con ver los sitios donde se actúa, la mayoría no están acondicionados para tocar y los que lo están son pocos e insuficientes. Todos estos motivos hacen muy difícil poder dedicarse a la música. Falta creer en el valor y en el talento de la gente de aquí. No me parece justo que los grupos anglosajones se lleven las mejores horas de los festivales de música de nuestro país. Es como si en San Sebastián no hubiera películas españolas. Resultaría ilógico.

 

¿Cómo ves el panorama insular?

Lo veo muy bien. Creo que es evidente que de tres o cuatro años a esta parte hay un auge de propuestas diversas y de bandas que están teniendo proyección estatal. El problema es la falta de estructura para que todo esto permanezca. A finales de los noventa también se vivió un momento muy bueno con grupos como «Sexy Sadie», «El diablo en el ojo» o «Satélites». Piensas, por ejemplo, en el teatro y gran parte vive de las subvenciones. En Alemania existe un paro para artistas. Nuestra posición es difícil; al no estar en el ámbito académico somos aves rapaces o lobos esteparios.

 

¿Es duro mantenerse o ofrecer cosas nuevas?

Es duro el mundo de la música. La falta de profesionalización que comentabas creo que es uno de los motivos. A mí me repatea que la gente me hable con diminutivos, creo que representa la falta de seriedad con la que se toman la música. «El conciertito, el disquito», parece que nos sitúen en el terreno del hobby. Es un tipo de desprecio velado situado en lo políticamente correcto. Son comentarios que se han normalizado, pero que hacen daño. Lo mismo pasa con la homofobia, por ejemplo. Ya nadie ataca de lleno, prefieren hacerlo de costado.

Por Marcos Augusto/ Foto Gori Vicens

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