Intentar comprender a los nacidos en los albores del año 2000, como es el caso de Adrià
Mayordomo, perteneciente a la llamada Generación Z, puede llegar a ser una ardua tarea. Estos
nativos digitales tienen una forma completamente distinta de relacionarse con el mundo que les
rodea, de una manera tecnológica y permanentemente online, aunque podríamos decir que
Mayordomo es una rara avis generacional.
Para su primera exposición individual en el espacio The Vault de la galería Fran Reus, ha
decidido pintar, como disciplina predominante (sin renunciar a otras, como la escultura), esto
tampoco es algo nuevo, pero apartándose de ese estilo trendy, tan propio de su época,
apostando por uno más personal, huyendo de las efímeras modas. Empezó en la calle,
haciendo murales por los aledaños de Manacor, el pueblo en el que nació y se crió, llegando
incluso a pintar una valla publicitaria como trabajo de una asignatura de bachillerato.
Posteriormente, ya estudiando en Barcelona, se pasó al lienzo y al papel, sin dejar de lado su
faceta más callejera.
“Realmente no quiero contar nada, simplemente jugar con el concepto de perder la cabeza
desde el absurdo y la plasticidad de las obras que no tienen un trasfondo sentimental ni nada, y
si lo tienen no lo intentan transmitir, prefiero que a cada persona que lo vea le transmita algo
diferente y completamente personal o que, simplemente, no le transmita nada e incluso que no
lo entienda, a encajar las obras en un sentido concreto” apunta Mayordomo sobre su propuesta.
Está claro que intenta engañarnos, cuenta mucho más de lo que él cree, no en vano algunos de
sus referentes son Francis Bacon, María Prats, Miquel Barceló y Alex Foxton. Mayordomo es un
pintor sin complejos, que cuaderno en mano, (nada de tabletas, ni smartphones) vomita todo lo
que le pasa por la mente: apuntes, bocetos, frases y cualquier cosa que crea que puede inspirarle.
Un vertedero de ideas que le hacen perder la cabeza para posteriormente triturarlas,
masticarlas y regurgitarlas sobre un lienzo. En su narrativa podemos observar personajes, con
cierta deformación pictórica, en posturas y perspectivas, desafiando, deliberadamente, ciertos
estereotipos. No sólo eso sino que además les recorta, literalmente, la cara/cabeza y la reubica,
a modo de collage/decollage en otra parte de la tela o fuera de ella, llegando, incluso, a
chamuscar algunas partes de las obras,(otorgándole un cariz matérico). Planteando cuestiones
de identidad y de ocultación. Esos vacíos en los lienzos, recuerdan, en cierto modo,
formalmente a artistas como Lucio Fontana con sus lienzos rajados o agujereados y
conceptualmente a Magritte, que consideraba los agujeros como puertas que permiten mirar
más allá, observar aquel otro lado que suele permanecer oculto. ¿Qué quiere mostrarnos el
artista? ¿De qué se esconde? Se trata de posibles autorretratos, tratados desde la distancia,
como un alter ego, pero sin duda autorreferenciales, que de manera más inconsciente que
consciente nos abre paso a su intimidad para que podamos explorarla y adentrarnos en ella de
una manera descarnada; negando su propia identidad y escondiéndose de sí mismo a través de
una construcción de la subjetividad y su relación con el cuerpo humano al estilo de Foucault.
La disposición de las piezas en la sala crea un recorrido para visitar la exposición de una manera
determinada, como un puzzle espacial, obligando al espectador a ver y descubrir ciertos
aspectos de las obras que de otra manera, es más que probable, que no serían revelados.
Texto: Tolo Cañellas
Galería Fran Reus, Palma de Mallorca
Hasta el 11 de septiembre