Todo el mundo habla del director de cine Xavier Dolan. Este joven canadiense ofrece una nueva provocación por cada nuevo título. Cuando lo comparan con Wong Kar Wai o Pedro Almodovar, afirma en las entrevistas que Batman o Titanic le influyeron mucho más que las obras del manchego y del director coreano. Se atreve incluso a confesar que apenas vio uno o dos trabajos de cada uno. Él no ve cine, él hace películas. Ahí es nada.
Comenzó en el mundo de la interpretación de manera precoz. Su padre, el actor de origen egipcio Manuel Tadros, introdujo a su hijo cuando era un niño. El futuro director a los 6 años anunciaba una cadena de farmacias para la televisión canadiense.
Su primera película, Yo maté a mi madre, la rodó a los 19 años. Es la historia de una tensa relación entre un hijo adolescente y agresivo y una madre sobreprotectora y con rasgos psicopáticos. Un ambiente enfermizo que, según confiesa el propio director en las entrevistas, tiene algo de autobiográfico.
Mummy, su última película recorre el mismo camino que la primera, y se centra de nuevo en la historia de una progenitora. Según confiesa el director en las entrevistas, cuando se la planteo era como un desagravio con su progenitora por su ópera prima.
Entre estos dos trabajos, median otros tres filmes que reclaman un espacio propio. El más ambicioso tal vez sea Lawrence Anyway, donde se cuenta la historia de un profesor de literatura que se somete a un cambio de sexo. Se trata de una película de casi tres horas de duración y un tour de force con el espectador del que el director sale victorioso.
El tema del sexo o la identidad, son los rasgos de una obra que para los más críticos con este enfant terrible no deja de ser una versión extendida de un videoclip de la MTV y para los fans -cada vez más numerosos- son trabajos llenos de intensidad y con soluciones estéticas y narrativas novedosas. Lo que está claro es que Dolan llegó para quedarse y que su universo de canciones pop y luces de colores dará mucho que hablar.