Capital 2031: Cultura que arde como el asfalto

Campaña Palma 2031

Esto no es Eurovisión, baby. Aquí no gana quien cante más bonito, sino quien logre que la cultura se meta debajo de las uñas de la peña, aunque no quiera. La batalla por ser Capital Europea de la Cultura 2031 va servida en bandeja de mármol viejo, con discursos de cartón piedra y promesas que brillan menos que una farola rota en el extrarradio. Diez ciudades, diez estilos de seducción institucional, pero solo una ganadora. Y la campaña de sensibilización es donde empieza la guerra del deseo cultural.

Jerez de la Frontera se pegó al rugido de las motos del GP para repartir QR, chapas y manifiestos como quien lanza confeti en una despedida de soltero. Marca España versión gasolina y flamenco.

Burgos se arropa con el tercer sector y la gente que curra gratis. Pega pegatinas en los escaparates y moviliza ONG como si fueran el nuevo regimiento de salvación cultural. Puro músculo social.

Granada se alía con la Fundación Gitana, y aprovecha los 600 años de historia del pueblo romaní para sacar músculo inclusivo sin parecer una ONG de pega. También tiene su «Living Lab», un Frankenstein de universidades, empresas y peña cool intentando co-crear cultura entre cafés y PDFs.

Oviedo tira de orgullo periférico, asturiano y trilingüe con su lema: Puxa Europa, the future is now. Coloca logos, banderolas y convoca al vecindario a que opinen, como si de verdad fuera a importar.

Toledo se va al parque temático: firma protocolo con Puy du Fou y promete espectáculos que dejarían a Game of Thrones en bragas. Que no falte la pólvora ni el visitante con chancla y bocadillo.

Las Palmas de Gran Canaria saca pecho de su condición atlántica, africana y europea. De momento, lo suyo es más susurro que alarido, pero están tejiendo complicidades con África y América Latina como quien borda un tapiz con hilo dorado.

Cáceres se vende como plató medieval y capital verde. Sensibiliza con ecocharlas y selfies al atardecer. Cultura slow, sin alharacas, como una peli indie que te hace llorar en la tercera escena sin saber por qué.

Vitoria-Gasteiz, la tranquila, la ordenada, la que lo quiere todo bien explicado, sin estridencias. Va haciendo los deberes como quien rellena un examen tipo test: sin pasión, pero con método. Su carta: sostenibilidad, arte urbano y tejido social que parece cosido a mano.

León, la silenciosa. No hace ruido, pero ahí está, metiendo cultura en los barrios y apostando por su historia y sus cicatrices. Busca un hueco a codazos suaves, como quien espera en la barra por el último chato de vino.

Y Palma.

Palma, mi jodida favorita.  Más que nada por su imagen: moderna, cautivadora, absolutamente hecha para el 2031. Su campaña, creada por Curated Collective, no te pide que te unas. Te arrastra. No te vende un lema; te lanza una verdad a la cara: “Dejemos huellas de inspiración, no de carbono.” Palma no va de pancarta y palmadita. Va de explotar cabezas. De avisar, mientras llega el verano, «que el sol quema la piel y la cultura, los prejuicios».

De llenar el centro con opis y banderolas que no decoran, despiertan. De hablarte como si fueras alguien con futuro. Y eso, en un país de amnesia institucional, ya es ciencia ficción.

El sol et crema la pell, la cultura els prejudicis

Mientras otras ciudades montan tenderetes con discursos barnizados de protocolo, Palma se planta en mitad del escenario, se baja la cremallera del alma y te dice: “Esto va en serio”. Así que sí: el casting está en marcha. Diez aspirantes. Una plaza. Y una sola pregunta clavada en la espalda como un alfiler: ¿Será capaz la cultura de hacer algo más que decorar ?

por Nina No Mercy, Crítica de cultura y actitud en la voz

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