Pepe Cañabate, Titán en el tiempo, lugar, paradoja e ironía…

Titán da nombre comercial a una cámara de la casa Ilford. Es un aparato sencillo: una pinhole o estenopeica, la esencia de la cámara fotográfica, su expresión mínima. La cámara oscura que precede al origen de la fotografía. Una caja, negra por dentro, con un orificio del diámetro de un alfiler por donde entra la luz proyectándose en el lateral opuesto lo que hay afuera, enfrente. En su interior se puede colocar cualquier soporte fotosensible (papel, plástico, tejido, etc.). Se calcula el tiempo de exposición, se hace la foto, se cubre el agujero, se retira el soporte y se revela. Así se obtiene una imagen fotográfica. Y analógica.

 Pepe Cañabate trabaja de manera parecida para su serie Titán, aunque complica el proceso un poco más, deberíamos precisar que lo complica muchísimo más. Busca el lugar, diseña la imagen en su mente, se desplaza con todo el instrumental. Coge la cámara, selecciona el tipo de película, pone su silla, ubica el trípode con la estenopeica, mide la iluminación y sus diferentes ambientes con el fotómetro, calcula el tiempo de exposición, un minuto, dos minutos, tres minutos, diez minutos, destapa el orificio, se sienta, espera mientras cuenta, un, dos, tres, cuatro, cinco, sesenta, ciento veinte, ciento ochenta, cuatrocientos dos, seiscientos… se levanta y se dirige a la cámara, cubre el orificio. Ya tiene la primera imagen, latente. Y vuelve a empezar. Ahora aparta la silla de la escena, vuelve a las mediciones, descubre, dispara, cuenta, cubre, es la segunda fotografía. Desde 2013 y hasta 2023. Una serie en proceso, en movimiento, fiel a una idea base, con accesorios que podrá variar (filtros neutros, la soledad del fotógrafo o la algarabía del grupo-tipo, la ropa, el corte de pelo, la estación del año), no así la esencia: tiempo y lugar.

Tiempo es lo que necesita. Tiempo para escoger el lugar, imaginar la escena y el resultado final, contactar y conseguir el permiso, desplazarse, medir, sentarse allí en medio, esperar y esperar y esperar las largas exposiciones. Repetir el proceso en el mismo lugar y en otros diferentes. Cuando el cargador está completo se inicia el siguiente paso. El revelado de laboratorio. Nuevamente la soledad del laborante, el tiempo entre paredes, la magia del negativo. Antes habrá decidido si usar la placa de 100 ASA o la de 400 o forzarla hasta 3200.

El tiempo está presente siempre en el procedimiento. En la obra en sí misma y en el proyecto, de larga duración y de largo recorrido: Serán de diez años o tal vez mas. Ya llevo cuatro, contesta. ¡Qué valor tan necesario es el tiempo para el creador! El tiempo en las obras de Duchamp, Vasarely, Tàpies, On Kawara, Robert Smithson, Richard Long, Tacita Dean, y tantos otros. El tiempo en fotografía: Nan Goldin. En los orígenes del lenguaje fotográfico: en Niepce, Talbot y Daguerre. En Gustave Le Gray.

Pepe Cañabate cuenta, uno, dos, cuatrocientos dos, seiscientos, se concentra, se distrae, se entretiene. Unos tres minutos para exteriores, entre ocho y veinte para interiores y forzando la película. El tiempo va más deprisa ahora que antes, comenta, se acelera. Son diez años de cambio: el cambio físico de un rostro y de un cuerpo. La serie se explica así: son autorretratos temporales. Por comodidad soy yo el protagonista, proclamó, lo que tengo más a mano. Pero hay mucho más, lo dice más tarde con sinceridad, sencillez y austeridad, tomándose su tiempo. Ya trabajó el autorretrato hace muchos años, en una exposición en el Centro de cultura de Sa Nostra y a él volvió en 2007, con la serie Onco +, su manera terapéutica de enfrentarse a la enfermedad y de ocupar distraídamente sus horas de hospital. Volvamos a los clásicos: Hippolyte Bayard (Autoportreit en noyé, 1840), a las vanguardias y Man Ray, y a los modernos (Robert Mapplethorpe, Martin Parr, Joan Fontcuberta).

El encuadre inunda la escena, siendo la silla ausente el eje compositivo, la simetría buscada, el punto de vista elegido. Tras el tiempo llega el lugar, el site. Aquí no hay azar. El espacio se escoge al detalle. Lugares colectivos, por lo general públicos: mejor con algo chocante, añade. Exteriores e interiores que remiten al ocio, a lo doméstico, a lo institucional, a lo comercial, y que envuelven al protagonista como si de ambientes escenográficos se tratase.

Lugares caóticos a veces, topográficos, paisajísticos, sacros (capillas, museos, sacristías, bibliotecas), laborales, musicales, deportivos, ociosos los más (lúdicos, festivos, populares), polémicos, y principalmente irónicos y divertidos.

La serie es clásica y es moderna, es analógica y es digital. Porque la paradoja inunda el proceso. Es una vuelta a los orígenes sin olvidar la tecnología más actual. Combina el acto de fotografiar, el ser fotógrafo y el revelado de laboratorio, la cocina, con la transmisión de datos en formato digital, el escáner, las capas, las transparencias, los borrados parciales con el pincel digital, los velados de la película,el fotomontaje virtual, la superposición, la impresora. El dominio del laborante artesanal, pulcro, detallista, observador, con el conocimiento del procesado informático de datos. Emplea un proceder decimonónico para vehicular un resultado tecnológico. Nueva paradoja. Es una cadena de producción manual que desemboca en su opuesto. Y no es una contradicción, es una muestra del dominio del maestro, auctoritas frente potestas. Porque pocos son los fotógrafos locales que no recurran con admiración a Pepe Cañabate.

 La paradoja se mantiene en la propia imagen: cada obra necesita dos tomas, la del personaje y la del escenario. Luego manipulará en pantalla, equilibrando a ambos, retirando ruidos, oscureciendo y aclarando. Un proceso tan clásico y un final impreso tan exquisito para inundarlo con movimiento, falta de nitidez, planos sin profundidad, motivos borrosos, sillas ausentes y rostros imprecisos. Y eso que la escena está muy controlada y muy estudiada, sabida de antemano, diseñada previamente. Busca puntos de vista, perspectivas y contrastes para exponer un mapa de incertidumbre, de incertezas. Aquí la paradoja se alía con el azar y con la ironía. Hay mucho de lúdico y de juego, la ironía baña el proceso. Porque si algo plasma con esas ausencias, desenfoques, planitud y borrosidades es el ejercicio de su saber, el dominio absoluto del procedimiento. A priori lo tengo todo pensado, hay azar y equivocaciones, pero forman parte del proceso de trabajo, controlo los fallos. Añadamos: el resultado final es el que quiere, el que ha trazado mucho antes de que la imagen ni fuera latente. Dominio técnico, dominio de laboratorio, dominio de datos, dominio de la impresión, dominio del papel escogido, de fibra, de acuarela, japonés, texturado. Por eso provoca desenfoques, apariencias de banalidades azarosas que son simplemente casualidades halladas, sorpresas controladas. No en vano lleva desde los quince años con la fotografía. Tiene la formación exquisita del autodidacta, del científico que aprende con prueba, error, prueba, del curioso al acecho de cualquier nuevo papel, objetivo, filtro, del que sabe actualizarse. Y del que sabe comportarse como un arqueólogo de la fotografía.

Por María José Mulet

 

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